Tierras de Ocampo en Sierras Chicas: Estancia La Reducción

Saliendo de Córdoba, antes de arrojarse a la mística de los montecitos de Sierras Chicas: Villa Allende te recibe con el misterio de un lugar olvidado por el mismo olvido. Plantas importadas de la época de los jesuitas, árboles silvestres que caprichosamente se alzan en el sendero, hongos de decenas de tamaños y colores, algunas taperas y los pájaros haciendo una sinfonía en esas cientos de hectáreas abandonas.  El propósito era entrar a la casa y tal vez, levantar sobre algún tul el recuerdo de Los Ocampo, Borges, Bioy Casares y Yupanqui en esa galería que los cobijaba en noches de verano. Un guardia nos prohibió sacar fotos. Él nos contó que esos terrenos están a la vera de Dios. Ni el estado se hace cargo y mucho menos particulares. No permitió recorrer la casa por dentro totalmente saqueada, e incluso donde el fuego llegó un par de veces y nos dispusimos a bordearla para bucear sus senderos.

Días después hicimos una segunda incursión. Saltamos la verja y nos introducimos nuevamente en el imponente predio. Detrás de nosotros una pequeña caravana de ciclistas que volvía de recorrer aquellos misteriosos senderos nos hizo sentir que no estaríamos solos. Nos fuimos acercando a la casa con la expectativa de encontrarnos a aquel guardia y que no nos permitiese, nuevamente, arrimarnos a la casona ni tomar fotos, pero no estaba. Así que comenzamos a recorrer sus alrededores y sentir las energías de todo tipo que fluían por sus galerías.

El historiador Juan Cruz Taborda Varela narró la historia de la Estancia La Reducción. Fue su relato el que hizo que nos interesemos en esta historia. Este es un extracto de su relato.

“… Pasaron más de 100 años del paso de los jesuitas para que llegara un nuevo colonizador. En la década del ‘20 del Siglo XX, Manuel Silvio Cecilio Ocampo, referencia de la aristocracia argentina, padre de Victoria Ocampo, dio inicio a lo que hoy es la Estancia La Reducción: su chalet estilo colonial rioplatense, sus parques, el gran lago -hoy sin agua-, las acequias, los corrales, sus piscinas y los senderos que se bifurcan en la nada. Antes, Ocampo había financiado la Campaña de Desierto para quedarse con tierras del norte de Santa Fe y Chaco y cultivar allí su algodón y su tabaco y así ser cada vez más rico. Ahora, en Córdoba, su estancia era espacio de descanso y placer familiar. Y también de necesidad. La historia repetida de Córdoba y su aire sano y los pulmones averiados de quien precisa nuestro aire sano. Victoria Ocampo, la hija brillante de Manuel, y sus problemas respiratorios. Ocampo tenía un apoderado en estas tierras. Georges Vladimir Irman, actor, bailarín y conde nacido en Rusia. Escapado de su país natal cuando la Revolución de octubre. Entre los dos, el millonario argentino, el conde ruso, le daban a la estancia la estirpe de una nobleza inexistente en tierras igualitarias. El europeo, defensor del Zar que huyó hacia la Argentina para evitar ser pasado por la guillotina de los bolcheviques, fue quien convocó a un tercer actor importante de esta historia: Charles Thays. Thays, el mismo del parque Sarmiento, del parque Lezama de la Capital Federal y el que diseñó, también en tierras porteñas,la nueva Plaza de Mayo. Acá, lejos de aquella urbanidad, en el secreto de las sierras y sin importar asuntos de flora nativa, implantó, Thays, especies foráneas que hoy, 100 años después, mueren de pie hasta que algún viento los derriba. La estancia no sólo era un palacio de lujo perdido en las sierras. Era, contaron quienes allí trabajaron, un pequeño pueblo donde vivían 60 personas trabajando para el goce de los patrones. Patrones como Silvina y Victoria Ocampo, que cabalgaban libres y leían en las cientos de hectáreas que les pertenecían. Un trabajador de entonces supo recordar que los dos hombres solían sentarse a beber acompañados de una pistola calibre 22 y un rifle. Retumba en las paredes del palacio abandonado el llanto de las crías cuando por diversión los nobles mataron a Fido, al perro Fido delante de sus dueños, que no llegaban al metro y que lloraban al compás del olor a pólvora. Borges, Yupanqui, Quirino Cristiani, la pareja Guido Buffo y Leonor Allende, Luis F. Leloir, Bioy Casares y otras glorias de la cultura y el conocimiento mundial supieron buscar sombra y compañía en la Estancia La Reducción. En 2011, el hijo del conde ruso, mismo nombre que su padre, vendió el gran predio con la casona y los recuerdos a la minera El Gran Ombú S.A, que domina las montañas y sus vidas en toda la zona. Desde entonces, el desguace, el saqueo y la destrucción fueron permanentes. La vajilla de la aristocracia, los cuadros de Silvina, los libros de Victoria… Todo se robaron. Quedaron las últimas historias. La historia del partero de las comechingonas: desde la comunidad de La Toma venían las mujeres originarias a parir a la Estancia. Y la leyenda del anillo. Del anillo de la condesa rusa, lista y dispuesta a casarse con su conde ruso. Conde ruso al que descubrió con otra y su anillo de prometida, que la condesa desprendió de su dedo anular y desde el balcón de la mansión lanzó a la fuente de aguas cristalinas. Una y mil veces vaciaron el cántaro gigante en busca de la joya. Jamás apareció. Quizás algún viejo peón de la estancia, deslomado por el placer de los ricos, supo resguardarlo. Si así fue, fue reparación histórica.” (tomado del portal Marca Informativa Córdoba)

por Silvia Majul y Federico «Poni» Rossi

fotos: Federico «Poni» Rossi

Un comentario sobre “Tierras de Ocampo en Sierras Chicas: Estancia La Reducción

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  1. la.historia es muy linda, salvó por ese dejó de zurdo resentido que busca imprimirle, la historia hay que entenderla dentro de su.contexto de época y buscar entenderla con tintes actuales no tiene ningún sentido

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