El día que Perón recuperó el lenguaje popular

por Federico «Poni» Rossi

La prohibición del lenguaje inclusivo, por parte del gobierno de Javier Milei, tiene su antecedente y fue durante un gobierno militar. A 75 años, recordamos la vez que Perón dejaba sin efecto la prohibición del lunfardo.

El 25 de marzo de 1949, el entonces presidente Juan Domingo Perón dejaba sin efecto las restricciones en la obligación de suprimir el lenguaje lunfardo, como así también cualquier referencia a la embriaguez o expresiones consideradas inmorales para el idioma del país, afirmando que ignoraba la existencia de esas directivas. En octubre de 1953 se aprobó una nueva Ley de Radiodifusión N° 14.241 que no tenía previsiones sobre el lenguaje popular en radio.

El lunfardo fue una jerga popular producto de las lenguas de las corrientes inmigratorias de finales del siglo XIX y principios del XX. Nació en el hacinamiento de los conventillos por la necesidad de comunicarse.

La historia comenzó un 14 de octubre de 1943, cuando bajo el gobierno militar encabezado por Pedro Pablo Ramírez, se prohibió el lunfardo (argot) y comenzó la censura radiofónica para las letras de tango escritas en lunfardo o al “vesre”.

Pedro Pablo Ramírez (presidente de facto de 1943 a 1944)

Las modificaciones de las letras y títulos de los tangos eran obligatorias en la difusión radiofónica. La intención era la de moralizar a la población. Dicha prohibición era un verdadero disparate y hacía que ciertas letras de tangos muy populares pierdan la esencia poética orillera y suburbana. Un ejemplo esto fue lo que ocurrió con el tango “Mano a mano”, del poeta y compositor  Celedonio Flores.

La letra original decía:

“Rechiflao en mi tristeza, hoy te evoco y veo que has sido en mi pobre vida paria solo una buena mujer…”. 

En la versión modificada, el texto aparece así:

“Te recuerdo en mi tristeza y al final veo que has sido, en mi existencia azarosa más que una buena mujer”. 

El criterio discriminativo no tenía fundamento porque “rechiflado” no era ofensa y “pobre vida paria”, no era lunfardo. Esta disposición originó situaciones ridículas en el forzado cambio de títulos de los tangos. Por ejemplo, “La maleva” pasó a ser “La mala”; “El ciruja” fue “El hurgador de basurales”; “Chiqué” fue “El elegante” y “El bulín de la calle Ayacucho” fue “Mi cuartito”.

Para la década del 40 ya se habían popularizado varios vocablos provenientes de esta jerga idiomática. No de manera consciente, la mayoría de la población argentina se apoya en el lunfardo para comunicarse. Vocablos como “Chabón”, “guita”, “mina”, “chamuyo”, “pibe”, “macana”, “laburo”, “banquina”, “trucho” o “gil”, son tan solo algunas de las palabras que el colectivo popular utiliza a diario. De hecho, la mayoría de ellos, han sido reconocidos por la Real Academia Española (RAE).

El periodista Enrique Fraga, en su libro “La prohibición del lunfardo en la radiodifusión argentina 1933-1953”, relata una anécdota que ilustra la importancia trascendental del lunfardo en la lengua de los argentinos, pero también en su idiosincrasia, en su filosofía y en su forma de vida. La prohibición del lunfardo en las radios duró un período que fue de 1943 a 1949, y que nace “legalmente” en 1933 con el Reglamento de Radiocomunicaciones. En 1949, cuando la prohibición de hecho empezaba a declinar, existió un punto bisagra: un encuentro entre un grupo de músicos populares designados por SADAIC –Francisco Canaro, Homero Manzi, Mariano Mores y Enrique S. Discépolo– con el  por ese entonces, presidente Juan Domingo Perón, ferviente admirador del tango que, durante su cargo en la Secretaría de Trabajo, había entablado relación con varios de esos artistas. Durante esa charla, y aun con la prohibición latente, Perón se le acercó a Alberto Vaccarezza para soltarle un inesperado: “Don Alberto, me enteré que los otros días lo afanaron en el bondi”. Además de las carcajadas que estallaron por el uso de esas palabras, el comentario generó un impostergable golpe de gracia a la prohibición del lunfardo.

Si bien lo de Ramírez, también lo de Milei, son verdaderos disparates que solo pueden surgir en la idiosincrasia demencial y conservadora, la historia de la humanidad, y de su lingüística, han demostrado que el lenguaje es dinámico y evoluciona permanentemente. Prohibir desde el Estado el uso de determinados vocablos o maneras verbales es de un anacronismo sin sentido y que demuestra un profundo desprecio por la cultura popular.

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